Retablo · Injuve

Obra premiada con la ayuda para la creación jóven de INJUVE (Cómic e Ilustración). 2015.

Conviene recordar que hasta el siglo XX, cada imagen era producida para quedarse. El número de representaciones visuales artificiales que un ser humano podía llegar a ver en su vida era muy limitado. Los métodos de reproducción manual eran inexactos y su difusión minoritaria. Cada oportunidad de observar una imagen era un acto buscado conscientemente: había que abrir el libro, visitar el templo o el museo. El espectador acudía a las imágenes, y no al contrario. Por ello también, la contemplación en común de ilustraciones acerca de relatos mitológicos o religiosos establecía vínculos, servía para definir comunidades y vehicular rituales. Investidas de su halo misterioso, se arrellanaban en los retablos y hornacinas. Iban a llenarse de polvo, a ahumarse con incienso y cirios, a puntuarse con heces de moscas. Generación tras generación, ofrecerían su silenciosa mismidad al público que proyectaría sobre ellas los más insondables afectos y pulsiones. Esta relación entre la pretérita unicidad de las imágenes y su valor cultual es lo que Walter Benjamin definiría como aura de la obra de arte.

Conviene entonces advertir la melancolía inherente en las imágenes de nuestro presente, el oculto anhelo con que nos salen al encuentro sin que consigamos retenerlas.

Algo de esa melancolía capta Carlos Aquilué con su obra Retablo. Aunque sin dramatismo, con una levedad y humorismo de filiación pop, el autor hace inventario de algunos iconos notables de su biografía, disponiéndolos en una estructura de reminiscencias litúrgicas y así, jugando a restituirles la condición de durabilidad ante nuestra mirada.

Los motivos ilustrados en el Retablo funcionan como claves simbólicas de un desconocido “culto” en el que Carlos Aquilué nos inicia. La iconografía de una infancia en el Alto Aragón de los 80 y 90 del pasado siglo -Un Chrysler 150, un móvil desfasado, el puntal de Guara, Fernando Escartín- elevada a la categoría de doctrina. Dogmas de una fe subjetiva hecha de flashes visuales, cargados de afectos inenarrables.

El autor, lamentando la incapacidad de estas imágenes para emanar un sentido atemporal e intergeneracional, las rescata en un gesto a medio camino entre la inevitable parodia y el sincero homenaje. Apela a la empatía del espectador para reconocerse en su desbaratada miscelánea o al menos, reconocer en ella la emoción cuasi mitológica que cada uno sentimos hacia esa íntima colección de estampas que conforman el archivo visual de nuestra identidad; ese culto personal, y sólo a medias intransferible.

Texto: Javier Aquilué.



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